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Antes de la consolidación de la Nueva Canción Chilena y su marcada orientación política, la música folclórica nacional tenía como principal motor la investigación. Desde la década de 1950, los talleres de folclor que Margot Loyola ofrecía en la Universidad de Chile y el trabajo de campo emprendido por Violeta Parra, tomando el pulso a las calles, fueron clave para rescatar la cultura popular que parecía desvanecerse entre los veteranos cantores. Violeta Parra no solo recogía canciones, sino que también recopilaba dichos, refranes y anécdotas, como recuerda Gastón Soublette, quien la conoció mientras era director de programas en Radio Chilena.
Los esfuerzos de Violeta Parra inspiraron a jóvenes inquietos, como el grupo Cuncumén, que emergió del ambiente estudiantil. Formado en 1955 bajo la dirección de Rolando Alarcón, el grupo se consolidó poco a poco. En 1957 se incluyeron en la serie discográfica El folklore de Chile de EMI Odeón, siguiendo el camino de Parra, su maestra espiritual. Ese mismo año, Víctor Jara, futuro referente de la Nueva Canción Chilena, se incorporó al conjunto, trayendo consigo un profundo conocimiento de la música y el teatro.
El segundo LP de Cuncumén, titulado Villancicos Chilenos (1959), representa un momento clave donde los aspectos educativos y artísticos se entrelazan en la música nacional. El disco es un compendio de villancicos que destacan tanto por sus raíces hispánicas como por su adaptación chilena. Las canciones en este álbum, recopiladas por Parra y Loyola, junto a nuevas composiciones de Alarcón, reflejan un genuino interés por transmitir la esencia autóctona de las tradiciones chilenas y rinden homenaje a las mujeres que ayudaron a preservar estas tradiciones. Rolando Alarcón y Víctor Jara continuaron sus caminos en la música, contribuyendo significativamente al desarrollo del neofolklore y a la profesionalización de la puesta en escena de las expresiones folclóricas chilenas.