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Para muchos, la mejor creación cinematográfica de Pablo Larraín es “Maria Callas”. Viene a ser una especie de ópera visual, donde Larraín cubre a la legendaria diva con un lenguaje cinematográfico envolvente. A través de Angelina Jolie, el público queda hipnotizado por una belleza enigmática y una energía trágica. Jolie, con una actuación que emana atemporalidad, logra transportarnos a otro mundo como una esfinge viviente. El conmovedor final, al son de An ending ascent de Brian Eno, deja a los espectadores flotando en éxtasis musical.
“Jackie” (2016) resalta por su renovación narrativa que desafía las convenciones del biopic. La película explora un momento suspendido en el tiempo, dejando en claro la inalcanzable naturaleza de la realidad, como si, incluso en el cine, los personajes fueran imposibles de asir completamente. Las interacciones entre Billy Crudup y la sobresaliente Jackie de Natalie Portman fusionan vivencias íntimas con la historia colectiva, demostrando la habilidad de Larraín para representar una realidad subjetiva.
Por otro lado, “Spencer” (2021) presenta a Kristen Stewart con una actuación fascinante que captura las complejidades de Diana Spencer. La película destaca por la tensión entre el entorno que rodea a Diana y sus deseos personales, a través de escenas oníricas que mantienen un pie en la realidad. Esta representación permite a Larraín tejer una narrativa sobre cómo ciertos momentos históricos transforman a sus figuras femeninas en emblemas más allá de lo humano.
Pese al talento demostrado en estas tres obras, “Jackie” se alza, en mi opinión, como la mejor de las tres; su frescura, audacia visual y la banda sonora única de Mica Levi le otorgan un carácter distintivo y emocionante. La actuación de Natalie Portman ofrece una conexión emocional profunda y tangible con el espectador, algo que otorga a su personaje y a la película un nivel de humanidad impresionante.