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En las redes sociales surgió una crítica que cuestionaba la autenticidad de la experiencia de Lollapalooza, acusando al evento de estar repleto de influencers y figuras mediáticas más preocupadas por documentar su presencia que por disfrutar de la música. Sin embargo, no existe un modo prescrito de vivir este festival, donde las multitudes se agrupan con diversos intereses y enfoques, desde quienes graban todo hasta aquellos que deambulan entre escenarios, sin una norma fija más allá de respetar y cuidar a los demás y a uno mismo.

Aunque los que acuden con la única intención de promocionarse son notorios, la esencia de Lollapalooza va más allá. Atrae multitudes variadas, desde autoridades hasta aficionados que se reúnen para tres días de música en el parque Bicentenario de Cerrillos. Este evento ha evolucionado desde sus inicios en 2011, dejando de ser exclusivo de una élite para convertirse en un encuentro que, aunque no tan masivo como el Festival de Viña, logra congregar a la clase media trabajadora ávida de entretenimiento internacional.

El evento refleja tendencias actuales de la música, destacándose por su diversidad de géneros, con una notable presencia del idioma español y un notable aumento de la música urbana. Sin embargo, este año el rock volvió a marcar su relevancia con presentaciones memorables de artistas como Tool y Olivia Rodrigo. Cada edición ofrece oportunidades de mejora en infraestructura y servicios, ajustando aspectos como el acceso y la oferta gastronómica. Lollapalooza sigue siendo un reflejo de la música y la cultura contemporánea, adaptándose e innovando con cada nueva entrega.