En los últimos años, el mundo por el que el Papa Francisco abogaba constantemente, uno que se preocupaba por los migrantes, protegía la salud del planeta y defendía los derechos humanos, se desmoronaba a su alrededor. Ante cada nuevo revés, Francisco reaccionaba guardando silencio.
Cuando estaba “decepcionado por ciertas elecciones políticas que están tomando los gobiernos”, el arzobispo Paul Gallagher, ministro de Asuntos Exteriores del Vaticano y estrecho colaborador de Francisco, dijo: “El silencio se apodera de él”. Ese silencio es ahora permanente.
La muerte del Papa Francisco en la mañana del lunes priva al mundo de un persistente defensor de los oprimidos. A medida que las deportaciones masivas se vuelven la norma, el autoritarismo se expande y las alianzas que gobernaron la era posterior a la Segunda Guerra Mundial se dan vuelta, queda claro que Francisco ha dejado un mundo muy diferente al que encontró como papa en 2013.