Artem Shmyrev había engañado a todos. El oficial de inteligencia ruso parecía haber construido la identidad falsa perfecta. Dirigía un exitoso negocio de impresión 3D y compartía un lujoso apartamento en Río de Janeiro con su novia brasileña y un esponjoso gato Maine coon blanco y naranja.

Pero lo más importante era que tenía un certificado de nacimiento y un pasaporte auténticos que afirmaban su alias como Gerhard Daniel Campos Wittich, un ciudadano brasileño de 34 años. Después de seis años pasando desapercibido, estaba impaciente por comenzar su verdadero trabajo de espía.

“Nadie quiere sentirse perdedor”, escribió en un mensaje de texto de 2021 a su esposa rusa, que también era oficial de inteligencia, utilizando un inglés imperfecto. “Por eso sigo trabajando y esperando”. No estaba solo. Durante años, una investigación del New York Times descubrió que Rusia utilizaba Brasil como trampolín para sus oficiales de inteligencia más élites, conocidos como ilegales. En una operación audaz y de gran alcance, los espías dejaron atrás sus pasados rusos. Comenzaron negocios, hicieron amigos y tuvieron romances, eventos que, a lo largo de muchos años, se convirtieron en los cimientos de identidades completamente nuevas.