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En la mañana del 1 de abril, los principales asesores de seguridad nacional del presidente Joe Biden transmitieron un mensaje contundente a Israel, ya que estaba a punto de iniciar una operación militar en la ciudad más al sur de Gaza, Rafah. El motivo de la advertencia fue la ofensiva en el norte de Gaza contra militantes de Hamas, que ya había causado la muerte de decenas de miles de civiles palestinos.
La preocupación de los asesores estadounidenses era clara: el impacto devastador sobre la población civil no debía repetirse en esta nueva fase de la operación militar. La administración de Biden estaba bajo presión para tomar una posición más firme ante las acciones de Israel, intentando evitar un incremento de las bajas civiles.
Esta situación complicada reflejó un desafío significativo para Biden, ya que su administración luchaba por mantener el equilibrio entre el apoyo a un aliado estratégico como Israel y la necesidad de proteger los derechos humanos en la región. La presión internacional y el malestar interno ponían en jaque la estrategia de Estados Unidos en el conflicto.